Lole y Manuel | Nuevo día, 1980 |
Me tiembla la sangre cada vez que la escucho.
Siento que vivimos en una sociedad enferma de parálisis emocional. No soy un misántropo. Tampoco un pesimista. Sólo alguien que se sabe nadie y que ha comprobado como hemos pasado de malvivir a malgastar, de la economía de la subsistencia a la de la especulación, del hambre al empacho, del sudor en el surco al sudor del gimnasio, de la lucha por la esperanza a esperar que otros luchen por nosotros. Yo desdeñé conocer los detalles de aquella época en que callaron los cardos y hablaron las flores. La primavera de las utopías. El mayo francés. Praga. Andalucía. Y contribuí con mi soberbia ignorante a que callaran las flores y volvieran a gritar los cardos.
Fácil. Rápido. Cómodo. La gente prefiere robar cochinos que le quiten inmediatamente el hambre, a apostar por una esperanza política que le suponga problemas, tiempo y esfuerzo. La gente ha aceptado ser flor callada en las trincheras y cardo en los bares. Los jóvenes callan frente al atropello intelectual y laboral que les supondrá la estandarización bajo mínimos de Bolonia. Las mujeres callan frente al incremento exponencial del desempleo con papeles y toman el autobús para limpiar las casas de los funcionarios. Casi medio millón en Andalucía. Los partidos echan a los suyos a la calle con pancartas de protesta en blanco porque no saben qué hacer ni qué decir. Un político chilla en televisión contra un ministro que chilla contra una presidenta autonómica que chilla contra un juez que chilla en el silencio de su despacho. Pronto llegará la primavera. Y como decían Triana en su “Todo es de color”: Qué bonita es la primavera cuando llega.
Que hable la flor y que calle el cardo
No hay comentarios:
Publicar un comentario