Foto: Notario |
Sin duda, la provocación del obispo es la última pieza en el calculado engranaje de la Iglesia Católica para la apropiación jurídica y moral de la Mezquita-Catedral. Y también, el peor de los fiascos. En la forma, porque resulta infame el uso de la palabra "borrar", impensable en otras bocas más conocedoras de la tradición popular como las de Monseñor Amigo. Y en el fondo, porque desvela una reacción desproporcionada a un ataque inexistente, dañando la imagen de Córdoba a un peldaño de conseguir la Capitalidad Europea. Para colmo, también se equivoca en los argumentos jurídicos: la "consagración" no es un modo de adquirir la propiedad; el uso no condiciona la naturaleza de las cosas; una parte no puede denominar al todo; los bienes de dominio público no se adquieren por la posesión en el tiempo; el municipio jamás perdió las competencias sobre el monumento; y su restauración y conservación la hemos pagado todos los cordobeses, aunque la Iglesia perciba el precio de las entradas en su integridad y desconozcamos cuánto gana con ello. La misma opacidad y el mismo miedo reverencial provocaron que la ciudad perdiera Cajasur.
Por último, lo que pide el obispo hace tiempo que lo llevan haciendo con nuestro dinero y el silencio cómplice del Ayuntamiento: en las entradas sólo dice Catedral; en los folletos llaman a la Mezquita "intervención islámica en la Catedral"; y en la "catequesis nocturna" se niega la propia existencia del arte islámico y andalusí en la Mezquita. No es gratuito afirmar que sus arcadas son copia del acueducto de Segovia o que el Mirhab se inspira en la Basílica de San Juan Evangelista. Son una prueba más del intento de la destrucción de la prueba. Premeditado. Y fallido: la memoria es más fuerte que las piedras.
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